Resiliencia
escolar
-¡Es que nunca trae los deberes hechos! ¡No trae a
clase los materiales escolares ni los libros de texto! No tengo más remedio que suspenderlo- Eso me decía
un nuevo maestro cuando fui a preguntarle por qué había suspendido a un
determinado chaval.
En esa época yo trabajaba
como director escolar en un centro de un entorno rural. El niño al que me
refería se había criado en una familia con numerosos hermanos que vivía en una
vivienda bastante precaria que habían construido sus padres en los terrenos de
una cañada real. La situación económica de la familia era tan precaria como la
propia vivienda. Afortunadamente el centro tenía comedor de gestión propia y
todos los hermanos disfrutaban de beca asistencial de comedor. La máxima
intimidad y posibilidad de concentración necesarias para poder realizar las
tareas escolares en casa era cobijarse debajo de un lentisco, o todo lo más, un
alcornoque en los alrededores de su humilde y pequeña vivienda. Eso contando
con que hiciera buen tiempo.
En otras ocasiones me era
requerida por parte de algunos docentes una
intervención disciplinaria ante el comportamiento disruptivo o la falta de
rendimiento escolar de ciertos alumnos. Casi de forma automática se etiquetaba
y patologizaba a estos chicos exigiendo una solución inmediata. En muchos
casos, cuando se realizaba la entrevista con la familia, aparecía de forma
patente cual era la raíz del problema. No eran los chavales la causa, sino el
efecto. Con aquellos padres y madres disfuncionales lo raro era que estos niños
actuaran al gusto del profesorado.
Me costaba muchas veces
hacerle comprender a algunos de mis compañeros docentes que ciertos chavales
iban a la guerra con tan solo un tambor, si es que lo poseían, mientras que
muchos otros disponían de armamento altamente sofisticado (permítanme el símil
militar). No era de recibo evaluar por igual a todos. Si la vida era injusta con
algunos chicos nosotros no podíamos ignorar las distintas situaciones y
colaborar con la injusticia. Y menos en la enseñanza obligatoria; no dudo que
en la enseñanza postobligatoria, y especialmente en la Universidad, se exija a
los estudiantes el máximo rigor y rendimiento, pero no podemos trasladar sin
más dichos requerimientos a la enseñanza general obligatoria.
Viene esto a relación
porque, en la actualidad, cuando me cruzo saludos por la calle con algunos de
estos antiguos alumnos y que en la actualidad son hombres y mujeres ya adultos y la mayoría
con hijos que ya van a la escuela, me viene a la mente el concepto de
resiliencia que explica como algunas personas superan las adversidades, tienen
su trabajo, algunos construyen sus propias empresas y han llegado a alcanzar un
cierto nivel económico y social que otros alumnos más capacitados, material y académicamente
hablando, no lo han logrado.
Y todo ello a pesar de
tener en contra a la sociedad, y en ocasiones, a la propia escuela.
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