sábado, 6 de enero de 2018

RESILIENCIA ESCOLAR

Resiliencia escolar

-¡Es que nunca trae los deberes hechos! ¡No trae a clase los materiales escolares ni los libros de texto!  No tengo más remedio que suspenderlo- Eso me decía un nuevo maestro cuando fui a preguntarle por qué había suspendido a un determinado chaval.
En esa época yo trabajaba como director escolar en un centro de un entorno rural. El niño al que me refería se había criado en una familia con numerosos hermanos que vivía en una vivienda bastante precaria que habían construido sus padres en los terrenos de una cañada real. La situación económica de la familia era tan precaria como la propia vivienda. Afortunadamente el centro tenía comedor de gestión propia y todos los hermanos disfrutaban de beca asistencial de comedor. La máxima intimidad y posibilidad de concentración necesarias para poder realizar las tareas escolares en casa era cobijarse debajo de un lentisco, o todo lo más, un alcornoque en los alrededores de su humilde y pequeña vivienda. Eso contando con que hiciera buen tiempo.
En otras ocasiones me era requerida por parte de  algunos docentes una intervención disciplinaria ante el comportamiento disruptivo o la falta de rendimiento escolar de ciertos alumnos. Casi de forma automática se etiquetaba y patologizaba a estos chicos exigiendo una solución inmediata. En muchos casos, cuando se realizaba la entrevista con la familia, aparecía de forma patente cual era la raíz del problema. No eran los chavales la causa, sino el efecto. Con aquellos padres y madres disfuncionales lo raro era que estos niños actuaran al gusto del profesorado.
Me costaba muchas veces hacerle comprender a algunos de mis compañeros docentes que ciertos chavales iban a la guerra con tan solo un tambor, si es que lo poseían, mientras que muchos otros disponían de armamento altamente sofisticado (permítanme el símil militar). No era de recibo evaluar por igual a todos. Si la vida era injusta con algunos chicos nosotros no podíamos ignorar las distintas situaciones y colaborar con la injusticia. Y menos en la enseñanza obligatoria; no dudo que en la enseñanza postobligatoria, y especialmente en la Universidad, se exija a los estudiantes el máximo rigor y rendimiento, pero no podemos trasladar sin más dichos requerimientos a la enseñanza general obligatoria.
Viene esto a relación porque, en la actualidad, cuando me cruzo saludos por la calle con algunos de estos antiguos alumnos y que en la actualidad  son hombres y mujeres ya adultos y la mayoría con hijos que ya van a la escuela, me viene a la mente el concepto de resiliencia que explica como algunas personas superan las adversidades, tienen su trabajo, algunos construyen sus propias empresas y han llegado a alcanzar un cierto nivel económico y social que otros alumnos más capacitados, material y académicamente hablando,  no lo han logrado.

Y todo ello a pesar de tener en contra a la sociedad, y en ocasiones, a la propia escuela.

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