Recomendable lectura para todos los profesionales de la enseñanza.
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Oiga, señor McCourt ¿ha hecho alguna vez
algún trabajo de verdad, no de profesor sino, ya sabe, trabajo de verdad?
¿Estás de broma? ¿Qué crees que es la
enseñanza? Echa una mirada a este aula y piensa si te gustaría subir aquí
arriba y hacerles frente todos los días. A vosotros. La enseñanza es más dura
que trabajar en los muelles y los almacenes…
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El catedrático de Pedagogía de la
Universidad de Nueva York nos advirtió sobre los días de enseñanza
que nos esperaban. Dijo que las primeras impresiones son fundamentales.
Dijo: “E1 modo en que reciban y saluden a su primera
clase puede determinar el transcurso de toda su carrera
profesional. De toda su carrera profesional. Les estarán vigilando. Ustedes los
estarán vigilando a ellos. Estarán tratando con adolescentes
estadounidenses, una especie peligrosa, y
no tendrán piedad con ustedes. Les tomaran la medida, y decidirán qué hacer con ustedes. ¿Se
creerán ustedes que controlan la situación? Pues no se lo crean. Son
como un misil guiado por el calor. Cuando van por ustedes, siguen un
instinto primigenio. Es función de los jóvenes librarse de sus
mayores, hacerse sitio en el planeta. Lo saben ustedes, ¿verdad? Los
griegos lo sabían. Lean a los griegos.”
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El catedrático decía que antes de que
tus alumnos hayan entrado en el aula, tú ya debes haber decidido dónde estarás
(“postura y situación") y quién serás (“identidad e imagen"). Yo no me había
imaginado que enseñar fuera tan complicado. Decía: “No pueden enseñar si no saben dónde situarse físicamente.
Esa aula puede ser para ustedes un campo de batalla o un
campo de juegos. Y tienen que saber quiénes son ustedes. Recuerden
lo que dijo Pope: “Conócete a ti mismo, no aspires a escudriñar a Dios. El
objeto propio de estudio de la humanidad es el hombre.” En su primer día de clase
deben ponerse de pie a la puerta de su aula y decir a sus alumnos cuanto se
alegran de verlos. De pie, he dicho. Cualquier dramaturgo les dirá que cuando
el actor se sienta, la obra también se sienta. La mejor medida, con diferencia,
es establecerse a si mismo como presencia, y hacerlo fuera, en el pasillo.
Fuera, he dicho. Ese es su territorio, y cuando los vea allí fuera los verán
como profesores fuertes, sin miedo, dispuestos a hacer frente a la horda. Una
clase es eso, una horda. Y ustedes son profesores
guerreros. La gente no lo tiene en cuenta. Su territorio es como su
aura, los acompaña en todas partes, en los pasillos, en las
escaleras e, indubitablemente, en el aula.
No consientan jamás que invadan su
territorio. Jamás. Y recuerden: los profesores que se sientan, e incluso
los que se ponen de pie detrás de sus mesas, padecen una inseguridad esencial y
deberían probar suerte en otro tipo de trabajo.
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Si les levantas la voz o les hablas en
tono cortante, los pierdes. Así es como les tratan, en general sus padres y los
centros educativos…
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El aula es un lugar de gran dramatismo.
Nunca sabes lo que has hecho para o por los centenares de alumnos que llegan y
se van. Los ves salir del aula: soñadores, apagados, burlones, con admiración, sonrientes,
desconcertados. Al cabo de unos años desarrollas unas antenas. Te das cuenta de
si les has llegado o si los has hecho apartarse de ti. Es una química. Es
psicología. Es instinto animal. Estás con los chicos y, mientras quieras ser profesor, no tienes
escapatoria.
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